Por Estefanía Acuña García
Sin
querer entrar en la legitimidad o ilegitimidad del referéndum
celebrado en Cataluña el 1 de octubre, o de la “no” declaración de independencia
posterior, de lo que quiero hablaros es de las consecuencias económicas que
esta acción ha tenido en el sistema económico español y catalán. Realmente podríamos
decir que no hace falta que ocurra nada, con que se piense que va a ocurrir ya
se pueden producir cambios sustanciales en la economía del país.
Esto
es lo que ha ocurrido con Cataluña, solo un día después de la “no-declaración” de independencia se
produjo una salida de 212 empresas que abandonaron su domicilio social que
hasta la fecha se encontraba en Cataluña. Entre los datos más recientes se
calcula que cerca de 3.000 empresas han trasladado su sede social de Cataluña a
otra parte de España. El día de mayor salida se produjo el 19 de octubre, donde
268 empresas decidieron abandonar Cataluña debido al miedo y la inestabilidad
del sistema económico.
Esta
desbandada de empresas no solo afecta a las grandes multinacionales; muchas
pymes también decidieron seguir este camino por la fuerte fuga de capitales que
se estaba produciendo. Pese a que posteriormente se frenó el número de empresas
que siguieron trasladando su sede social fuera de Cataluña, el daño ya está
hecho.
Reconozco
que al día siguiente de que Puigdemont declarase (y suspendiese al momento) la independencia
yo fui de los que retiraron el dinero que tenía en un banco catalán. Muchos teníamos
miedo de perder nuestro dinero. En ese momento, en España empezó a oírse una
palabra que parecía tan lejana como increíble en España, pero que cobraba sentido.
Teníamos miedo de que pudiese ocurrir un “corralito”, como ya ocurrió en países
como Argentina, y quedarnos sin nuestro dinero. ¿Qué ocurrió en aquel país para
llegar a esa situación? En 2001 la grave crisis de deuda provocado por una
política de sobreendeudamiento provocó una falta de liquidez y una masiva fuga
de capitales, que generó una falta de confianza en las entidades por parte de
los ciudadanos. Se anunciaron restricciones a la hora de retirar el dinero de
cuentas corrientes y cajas de ahorro, y se produjo el cierre bancario. El
pánico y el caos estaba servido. Hubo
manifestaciones y disturbios por todo el país que desgraciadamente se saldaron
varias vidas. El miedo a que esto ocurriera en España llevó a los bancos a
cambiar su sede social. Banco como La Caixa o Sabadell, aprobaron en sus juntas
generales celebradas entre el día del referéndum y la declaración-con-suspensión
de independencia, cambiar el domicilio social: antes de que nada ocurriese.
El
miedo provocó una fuerte caída de las cotizaciones de ambos bancos en bolsa.
Pero no solo los ciudadanos de a pie corrieron a retirar su dinero de los
bancos, también lo hicieron empresas y organismos que tenían su tesorería en estas
entidades. Los bancos no daban cifras y aseguraban que no habían sufrido ningún
movimiento de capital importante. Justificaban el cambio de la sede social de
las empresas por motivos de prudencia y para devolver la tranquilidad a sus
clientes. El que sí se pronunció sobre tema fue el BCE, que confirmaba la
alarma ante los “importantes movimientos de dinero” que producían los traslados
de sedes empresariales. En definitiva, la desconfianza en la banca por parte de
los clientes era en parte fundamentada y en parte no. A día de hoy no ha
ocurrido políticamente nada, Cataluña sigue perteneciendo a España, la
situación se ha tranquilizado y las aguas han vuelto a su cauce.
Lo
que quiero transmitir es que no hace falta que ocurra nada para que se
produzcan cambios en el mercado financiero; basta con que los actores piensen
que va a ocurrir, para tomar sus decisiones y arriesgar -o mantener a salvo- su
capital. El simple hecho de pensar que va a ocurrir algo, ya genera que algo
ocurra. Como cuentan los cómicos británicos John Bird y John Fortune en su
famoso sketch
sobre las hipotecas subprime, el mercado está dirigido por sentimientos, y
estos sentimientos son los que guían a los actores en la toma de decisiones,
muchas veces volátiles, precipitadas y erradas, y pocas veces certeras.
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