domingo, 11 de febrero de 2018

Cuando no ocurre nada, pero sí pasa algo en el mercado financiero

Por Estefanía Acuña García



Sin querer entrar en la legitimidad o ilegitimidad del referéndum celebrado en Cataluña el 1 de octubre, o de la “no” declaración de independencia posterior, de lo que quiero hablaros es de las consecuencias económicas que esta acción ha tenido en el sistema económico español y catalán. Realmente podríamos decir que no hace falta que ocurra nada, con que se piense que va a ocurrir ya se pueden producir cambios sustanciales en la economía del país.

Esto es lo que ha ocurrido con Cataluña, solo un día después de la “no-declaración” de independencia se produjo una salida de 212 empresas que abandonaron su domicilio social que hasta la fecha se encontraba en Cataluña. Entre los datos más recientes se calcula que cerca de 3.000 empresas han trasladado su sede social de Cataluña a otra parte de España. El día de mayor salida se produjo el 19 de octubre, donde 268 empresas decidieron abandonar Cataluña debido al miedo y la inestabilidad del sistema económico.

Esta desbandada de empresas no solo afecta a las grandes multinacionales; muchas pymes también decidieron seguir este camino por la fuerte fuga de capitales que se estaba produciendo. Pese a que posteriormente se frenó el número de empresas que siguieron trasladando su sede social fuera de Cataluña, el daño ya está hecho.

Reconozco que al día siguiente de que Puigdemont declarase (y suspendiese al momento) la independencia yo fui de los que retiraron el dinero que tenía en un banco catalán. Muchos teníamos miedo de perder nuestro dinero. En ese momento, en España empezó a oírse una palabra que parecía tan lejana como increíble en España, pero que cobraba sentido. Teníamos miedo de que pudiese ocurrir un “corralito”, como ya ocurrió en países como Argentina, y quedarnos sin nuestro dinero. ¿Qué ocurrió en aquel país para llegar a esa situación? En 2001 la grave crisis de deuda provocado por una política de sobreendeudamiento provocó una falta de liquidez y una masiva fuga de capitales, que generó una falta de confianza en las entidades por parte de los ciudadanos. Se anunciaron restricciones a la hora de retirar el dinero de cuentas corrientes y cajas de ahorro, y se produjo el cierre bancario. El pánico y el caos estaba servido.  Hubo manifestaciones y disturbios por todo el país que desgraciadamente se saldaron varias vidas. El miedo a que esto ocurriera en España llevó a los bancos a cambiar su sede social. Banco como La Caixa o Sabadell, aprobaron en sus juntas generales celebradas entre el día del referéndum y la declaración-con-suspensión de independencia, cambiar el domicilio social: antes de que nada ocurriese.

El miedo provocó una fuerte caída de las cotizaciones de ambos bancos en bolsa. Pero no solo los ciudadanos de a pie corrieron a retirar su dinero de los bancos, también lo hicieron empresas y organismos que tenían su tesorería en estas entidades. Los bancos no daban cifras y aseguraban que no habían sufrido ningún movimiento de capital importante. Justificaban el cambio de la sede social de las empresas por motivos de prudencia y para devolver la tranquilidad a sus clientes. El que sí se pronunció sobre tema fue el BCE, que confirmaba la alarma ante los “importantes movimientos de dinero” que producían los traslados de sedes empresariales. En definitiva, la desconfianza en la banca por parte de los clientes era en parte fundamentada y en parte no. A día de hoy no ha ocurrido políticamente nada, Cataluña sigue perteneciendo a España, la situación se ha tranquilizado y las aguas han vuelto a su cauce.

Lo que quiero transmitir es que no hace falta que ocurra nada para que se produzcan cambios en el mercado financiero; basta con que los actores piensen que va a ocurrir, para tomar sus decisiones y arriesgar -o mantener a salvo- su capital. El simple hecho de pensar que va a ocurrir algo, ya genera que algo ocurra. Como cuentan los cómicos británicos John Bird y John Fortune en su famoso sketch sobre las hipotecas subprime, el mercado está dirigido por sentimientos, y estos sentimientos son los que guían a los actores en la toma de decisiones, muchas veces volátiles, precipitadas y erradas, y pocas veces certeras.

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